Dans le bureau du dictateur (document en espagnol)
Documents Gratuits : Dans le bureau du dictateur (document en espagnol). Recherche parmi 300 000+ dissertationsPar Tiffanouille • 10 Juin 2013 • 433 Mots (2 Pages) • 1 150 Vues
El teniente García Guerrero había oído hablar desde niño, en su familia, en
la escuela y, más tarde, de cadete y oficial, de la mirada de Trujilo. Una
mirada que nadie podía resistir sin bajar los ojos, intimidado, aniquilado
por la fuerza que irradiaban esas pupilas perforantes, que parecía leer los
pensamientos más secretos, que hacía sentirse desnudas a las gentes. [...]
Le bastó entrar al despacho, chocar los tacos y anunciarse con la voz más
marcial que pudo sacar de su garganta —« ¡ Teniente García Guerrero, a la
orden, Excelencia !»— para sentirse electrizado. «Pase», dijo la aguda voz
del hombre que escribía sin alzar la cabeza. El joven dio unos pasos y
permaneció firme, sin mover un músculo ni pensar, viendo los cabellos
grises alisados y el impecable atuendo —chaqueta y chaleco azul, camisa
blanca de inmaculado cuello, corbata sujeta con una perla—.
—Una buena hoja de servicios, teniente— lo oyó decir.
—Muchas gracias, Excelencia.
—Esa hoja de servicios tan buena no puede mancharla
casándose con la hermana de un comunista. En mi gobierno no se juntan amigos y enemigos.
Hablaba con suavidad, sin quitarle de encima la mirada taladrante.
—El hermano de Luisa Gil es uno de esos subversivos del 14 de Junio.
¿Lo sabía?
—No, Excelencia.
—Ahora lo sabe— se aclaró la garganta, y, sin cambiar de tono, añadió: Hay
muchas mujeres en este país. Búsquese otra.
—Sí, Excelencia.
Lo vio hacer un signo de asentimiento, dando por terminada la entrevista.
—Permiso para retirarme, Excelencia.
Hizo sonar los tacos y saludó. Salió con paso marcial, disimulando la
zozobra que lo embargaba. Un militar obedecía las órdenes, sobre todo si
venían del Benefactor y Padre de la Patria Nueva, quien había distraído unos
minutos de su tiempo para hablarle en persona. Si le había dado esa
orden a él, oficial privilegiado, era por su propio bien. Debía obedecer. Lo
hizo, apretando los dientes. Su carta a Luisa Gil no tenía una sola
palabra que no fuera verdad: «Con mucho pesar, y aunque por ello sufran
mis sentimientos, debo renunciar a mi amor por ti, y anunciarte adolorido que no
podemos casarnos. Me lo prohíbe la superioridad,
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