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Les Immigres

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Par   •  5 Juillet 2013  •  534 Mots (3 Pages)  •  705 Vues

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Yo vivía en la Calle Industria en Centro Habana, Cuba, en plena “Crisis de los Balseros” del año l994. Soy testigo de que en aquella época la mayoría de los cubanos querían “irse” - como diera lugar - . Esa era la solución ante la asfixia económica, la hambruna y la represión; yo también estaba desesperada, agobiada y mentalmente torturada por tanta escases, hambre y desilusión y sin poder tener en mis manos “ni un dichoso dólar”. El gobierno cubano acababa de despenalizarlo, a pesar de que en nuestro país todos los productos básicos el gobierno los vendía -y los vende- por dólares, ahora como sistema habitual. Pero en aquella época eran “tiendas para extranjeros”. Esa es otra historia dolorosa y pesada de contar, llena de vergüenza para los cubanos y que ese sistema totalitario descaradamente le ha impuesto al pueblo de Cuba. Era bochornoso, inhumano y apabullador para las gentes tener que “pescar” a un “extranjero”, que tenía dólares y podía entrar en los mercados, sin que se lo llevaran preso. Los cubanos no podíamos entrar a comprar, estaba prohibido, pero como paradoja, vendían refrigeradores, televisores y de cuanto “dios creo” para uso domestico; he aquí otro capítulo de la “doble moral”. Por aquellos días habían informado a los cubanos que si querían irse, que las costas no iban a estar bajo vigilancia, y entonces las gentes empezaron a construir las balsas en las azoteas y sótanos de los edificios. Por las calles pasaba la gente cargada con tablas, neumáticos o cauchos viejos y pedazos de polyespuma y todo lo que pudiera flotar, para construir la “balsa de la salvación o balsa de la libertad”. Pero una balsa, canoa o simple tabla que pudiera flotar, al menos por 8 horas y los empujara hacia la “Tierra de la Libertad”. Yo fui testigo de cómo un grupo de jóvenes cargaba con alegría una rústica balsa y empujada por la curiosidad me fui junto con ellos, por toda la Calle Industria hasta el Malecón. Echaron la balsa al agua y se montaron unas l3 personas. Recuerdo a una muchacha, muy joven, que con gracia movía sus manos para despedirse de su pequeño hijo de apenas 4 años al que la joven dejaba en brazos de su abuela. La señora estaba a mi lado y la muchacha le decía a gritos: “Mamá, no te preocupes, este domingo ya estamos en los Estados Unidos. Cuida mucho a mi hijo. Yo enseguida lo voy a mandar a buscar….” A la muchacha se le saltaban las lagrimas, a la señora también; el bebe, ingenuo movía sus manitas en un inocente adiós a su mamá que llena de esperanzas le hacía mil promesas. A mí se me saltaron las lagrimas porque yo también, sin proponérmelo, estaba contenta y hasta me sentía aliviada. Nunca supe si la balsa logró llegar o no llegó nunca. Sólo recuerdo que puse en dudas el urgente arribo anunciado por la joven madre para buscar a su bebé. También me fijé que esos balseros llevaban una pocas botellas de agua y no vi entre sus pocas pertenencias ningún abrigo para que pudieran protegerse de la fría noches en el mar abierto. Y nunca supe sus destinos.

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