México Desde Arriba

Tuve un vecino que era piloto de aviones y helicópteros a quien acompañé en uno de sus vuelos.

Desde arriba, la ciudad está claramente dividida en dos colores: el verde y el gris. El poniente, desde siempre dominado por los ricos, está lleno de bosques. El oriente, de casa de cemente, migajón y lámina. Las casas de los ricos remedan castillos medievales en versión Walt Disney, se alargan sobre los cerros boscosos, ostenten lagos artificiales con patos, cisnes y pavorreales, cuentan con capillas particulares para darle gracias al Dios de la abundancia transgeneracional. Los pobres se apilan en los cerros de enfrente, hechos de arena y lodos que se desprenden cuando llueve.

Desde el aire la ciudad se vislumbra como un escenario de un enfrentamiento entre pobres y ricos divididos por avenidas y bardas para no verse unos a otros. No existen puentes entre unos y otros. Los pobres llegan a sus casa a pie, subiendo las escaleras que le han ido construyendo al cerro de arena. Los ricos acceden a sus mansiones por túneles secretos en los que hay que mostrar contraseñas a la policía privada. Según los ricos, ellos viven en una ciudad interior con vista a cientos de pinos. Según los pobres, ellos viven en riesgo total pero sobreviven gracias a la suerte.

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